«Fíjate en las Personas, no las confundas.
Distínguelas inteligentemente, no las separes pérfidamente, no sea que por huir
de Caribdis, caigas en Escila. Estabas a punto de ser devorado por las fauces
impías de los sabelianos, si decías que el Padre era el mismo que es el Hijo.
Ahora ya lo sabes: "No estoy solo, sino yo y el Padre, que me envió".
Sabes que el Padre es el Padre y que el Hijo es el Hijo. Esto lo reconoces,
pero no digas que el Padre es mayor y el Hijo es menor; que el Padre es el oro
y el Hijo es la plata. Sólo hay una substancia, una divinidad, una coeternidad,
igualdad perfecta; ninguna desigualdad. Pues si solamente crees que Cristo
es otro distinto del Padre, pero no de la misma naturaleza, habrás salvado el
peligro de Caribdis, pero te has estrellado contra las rocas de Escila. Navega
por el medio huyendo de uno y otro extremo... El Hijo es otro, porque no es el
mismo que el Padre, y el Padre es otro, porque no es el mismo que el Hijo. Pero
no es otra cosa, porque el Padre y el Hijo son la misma cosa. ¿Qué es esa misma
cosa? Un solo Dios»
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